Para los que no sepáis lo que es eso, os contaré que este tipo de escuelas hacen una labor social muy importante, impartiendo clases de alfabetización de adultos, cultura general, español para inmigrantes, y muchas otras cosas que están a cargo de profesores y monitores que trabajan voluntariamente (sí, sí, habéis leído bien: estuve cuatro añitos trabajando gratis y muy contenta de hacerlo).
Y aquella primera tarde, allí estaba yo, frente a un grupo bastante numeroso de abuelitas que me miraban, unas compasivas, otras sonriendo, otras impasibles, pero todas pensando: “a ver qué tal la nueva”.
Me habían soltado en aquella clase sin darme tiempo a prepararme nada, sola ante el peligro, y aquel día tocaba explicar… ¡Matemáticas!! ¡Horror! ¿Cuánto tiempo hacía que no repasaba las mates? ¿Desde que dejé el instituto? Afortunadamente, al abrir la carpeta, pude relajarme: “Uff, la unidad seguida de ceros, es fácil” –me dije. Y así empecé, explicando matemáticas a aquel grupo de señoras encantadoras con las que pasé cuatro años de mi vida y que me hicieron pasar momentos muy gratos. Creo que mi vocación docente nació en aquella Escuela, a la que le debo buena parte de lo que soy hoy en día.
Y dos años más tarde, decidí “dar el salto” y empecé a trabajar como profesora de Secundaria. Mi primer destino fue un instituto de Galapagar, y mi primera clase, no se me olvidará en la vida, fue un 2º A horroroso que formaban sólo quince alumnos… aunque cada uno de ellos valiera por diez.
Lo primero que vi al abrir aquella puerta fue un espectáculo dantesco: sillas volcadas, alumnos corriendo por la clase, gritando, uno quemando papeles, dos pegándose, otro intentando saltar por la ventana, una niña subida encima de una mesa dando gritos y tirándose de las trenzas… Creí morir. ¿Qué hacer en esa situación? Pues nada, buscar un hilo del que empezar a tirar y fijarme objetivos pequeñitos que ir superando día a día. El primero fue conseguir que estuvieran sentados en sus sillas. El segundo, que estuvieran callados. El tercero, que aprendieran algo. Y lo conseguí. Con mucho esfuerzo, pero lo conseguí. Eso sí, tuve pesadillas con aquel grupo durante muchos muchos días.
Yolanda Barreno, profesora de Lengua y Literatura
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