Afortunadamente, la gente se queda embarazada. Y en el final de la preñez, normalmente, las futuras madres se toman una baja. Alguien las sustituye y en marzo de 1992, en aquella vorágine preolímpica, inmerso en el CAP, un curso de cine, clases de dibujo técnico en una academia y pensando en irme por Europa durante el verano haciendo autostop, recibí la llamada de las autoridades educativas para dar clases en FP, en la bolsa de trabajo a la que nos habíamos apuntado los seis compañeros que entonces hacíamos todo a la par. ¿Figuración para programas de televisión? Nos apuntamos. ¿Un curso de holografía artística? De cabeza la media docena. ¿Trabajar para la administración desasnando adolescentes? Ahí estábamos nosotros.
Y aparecí allí, en Vicálvaro, entré a la zona de profesores con mi cabeza medio rapada, mi coleta, mis botas militares y todas mis buenas intenciones y la primera reprimenda me cayó por parte del bedel: “¡Por ahí no se puede pasar! Es sólo para profesores”. Y no era raro que se confundiera, porque tuve (ese curso y los dos siguientes) alumnos mayores que yo. Divino tesoro.
Ahí estaban los de motor, y las de jardín de infancia, y los de delineación. Resulta increíble que yo, que ya he olvidado los nombres de mis alumnos del curso pasado, todavía recuerde los patronímicos de algunos de aquellos infelices que cayeron en mis manos. Me lo pasé pipa, trabajamos muchísimo, vimos películas (como no), hice un par de actuaciones con mi amigo Tomás, contacté por primera vez con una profesión que nunca me había planteado como mi futuro y sin poder evitarlo, en los partidos de docentes contra estudiantes yo siempre iba con estos últimos. Al fin y al cabo, llevaba sólo semanas en el oficio y más de tres lustros en el pupitre así que resultaba difícil dejar de pensar como un alumno.
No recuerdo cómo fue mi primera clase pero sé que no tenía nervios ni miedo. Sólo ilusión y mucha alegría de saber que todo lo que había estudiado ahora me servía y podía contárselo a gente, que a lo mejor hasta me escuchaba.
Luego llegó la oposición y un curso completo. Y el aprobado y el Dolores Ibárruri. Y aquí estoy, casi dos décadas después, pensando en cómo el tiempo me ha plantado aquí y casi ni me he enterado.
Juanjo Jiménez (Profesor de Plástica)
No hay comentarios:
Publicar un comentario