Mi primera vez, fue en un colegio de Primaria en Fuencarral, allá por septiembre del 95. Me acuerdo como si fuera hoy. Ya había visitado el centro y conocido a la directora y alguna compañera. Por cierto, todo mujeres. Era el único profe y me mimaron mucho. Todas encantadoras. Amables, comprensivas y sonrientes. El alumnado ligeramente complicado: el centro había pasado de 1200 alumnos a 200 y estaba básicamente formado por inmigrantes y gitanos de un cercano poblado de chabolas. Se meaban en las esquinas durante el recreo. Alguno fue sin zapatos. Y eso si, todos con muchos mocos.
La primera clase era a las 9, con niños de 6 años, 1º de Primaria. Pura era su tutora: 50 años y larga experiencia. Le gustaba la música y me ayudó mucho. Casualmente, era vecina en el Barrio del Pilar. Y allí estábamos los dos, en aquella clase luminosa con olor a goma de borrar, charlando como si nada estuviera pasando. Mis nervios se iban disipando y llegaron los niños. Todo fue más fácil de lo que pensaba. Llevaba hasta el último detalle organizado, aunque no creo que saliera como esperaba. En fin, hay que ir aprendiendo.
Los niños a esa edad son encantadores. Te llaman “papá” sin querer y de repente te dan un beso. Recuerdo a Josito. ¡Ay, Josito, qué malo eras! Bueno, malo no, travieso. Te escondías debajo de la mesa, con los brazos cruzados, el ceño y los labios fruncidos y no había manera de que hicieras nada. Al menos yo no podía. Pura si, claro. A Pura la querían y la respetaban. Bueno, creo que a mi también me quisieron, aunque no me recuerden. Nunca se sabe. Quizá Josito, con sus veintipico años ahora, recuerde vagamente a aquel profe que les hacía cantar y dar vueltas al ritmo de una pandereta y les miraba con cara de impotencia cuando la clase se le iba de las manos.
La primera clase era a las 9, con niños de 6 años, 1º de Primaria. Pura era su tutora: 50 años y larga experiencia. Le gustaba la música y me ayudó mucho. Casualmente, era vecina en el Barrio del Pilar. Y allí estábamos los dos, en aquella clase luminosa con olor a goma de borrar, charlando como si nada estuviera pasando. Mis nervios se iban disipando y llegaron los niños. Todo fue más fácil de lo que pensaba. Llevaba hasta el último detalle organizado, aunque no creo que saliera como esperaba. En fin, hay que ir aprendiendo.
Los niños a esa edad son encantadores. Te llaman “papá” sin querer y de repente te dan un beso. Recuerdo a Josito. ¡Ay, Josito, qué malo eras! Bueno, malo no, travieso. Te escondías debajo de la mesa, con los brazos cruzados, el ceño y los labios fruncidos y no había manera de que hicieras nada. Al menos yo no podía. Pura si, claro. A Pura la querían y la respetaban. Bueno, creo que a mi también me quisieron, aunque no me recuerden. Nunca se sabe. Quizá Josito, con sus veintipico años ahora, recuerde vagamente a aquel profe que les hacía cantar y dar vueltas al ritmo de una pandereta y les miraba con cara de impotencia cuando la clase se le iba de las manos.
Pablo Marcos (profe de Música y C. Sociales)
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